El hombre hermético en Zapatotes

Todos escribimos en nuestra cabeza, ¿cierto?

Siempre he pensado que eso pasa, escribimos historias increíbles que después olvidamos. Tal vez se aparezcan en nuestros sueños y nosotros olvidemos que ya las habíamos creado. Quizá hasta olvidemos el sueño. Pero sinceramente, no creo que en este mundo exista una sola persona que no escriba nada.

Espero que estén en un lugar cómodo porque hoy contaré una historia de esas que alcancé a atrapar antes de que la burbuja refleja-colores explotara. ¿Les ha pasado eso? No sé ni porqué pregunto; por supuesto que les ha sucedido. Las burbujas son los entes efímeros más egoístas que hay, pueden formarse en un segundo y cuando te tienen con el brillo en los ojos y una sonrisa en la cara ¡Plop! Se esfuman, así nomás.

Eso le pasó a Ramona. Estaba en un parque enorme, sobre un asiento negro que la abrazaba con la fuerza suficiente para mantenerla aprisionada. Sabía que podía escapar, pero desconocía la combinación correcta de clicks y clacks para poder salir, correr, y atrapar su burbuja.

Era la mitad de verano, los días cada día eran menos pegajosos y el fresco duraba un poco más. Pronto se caerían las hojas de los árboles y el parque cambiaría por completo de escenario, probablemente para contar otras historias.

Al centro del parque había un payaso disfrazado de civil y un civil disfrazado de payaso. Dos parejas de enamorados besuqueándose en los árboles, un viejito dándole de comer a las palomas, siete niños jugando con una pelota y dos señoras con carriolas que caminaban junto al canal. El bufón de mentiras se sentía completamente ridículo con la nariz de cereza, vestía un traje amarillo con bolitas blancas y tenía unos zapatos rojos con los que apenas podía caminar. Había estado soplando burbujas por media hora y podía ver al saltimbanqui real viniendo a regañarle.

-Muévete más natural mano, sonríe. Así nadie te va a pelar.


- Wey, ¿cómo le hago José? ¿Tienes idea de lo que pica tu pinche disfraz?

-Ey, ey ey calmado eh, que tú fuiste el que me pagó por cambiar de ropa. Mira que si quisiera me desparazco y pfff, clarín cornetas, te la pelas, mano. No más me quedé porque le prometí a mis socios que yo cubría este parque dos semanas.

- Sí, sí, perdóname, ya sé, ya. Perdón, me pasé, ya -El narizón levantó una mano pidiendo perdón.

-Mira ahí vienen señoras con morritos, ofréceles un globo.

José dejó al hombre a su suerte, y en pantalones, camisa y zapatos ajenos (que extrañamente le quedaban bien) se volteó refunfuñando y caminó naturalmente hacia el canal.

- Pinche fresita, ti pinchi disfraz, ya quisiera, ya quisiera-. José dirigió la mirada hacia donde comenzaba el parque y una expresión de incredulidad invadió su rostro. Comenzó a reír y a negar con la cabeza. -No mames, pinche fresita suertudo-.

El hombre está ahí para encontrarse con una mujer.
La mujer acude al parque de manera regular.
Siempre pasa cerca de las 6 de la tarde con los restos de un café en la mano.
La mujer y el hombre no se han visto en mucho tiempo.
La última vez que se vieron ella dijo que ni aunque fuera payaso callejero lo volvería a saludar, pues sabía que él no podía cambiar.
Desde ese entonces, algo en el corazón del hombre hermético se quebró, esta era la única forma que había encontrado para demostrarle lo contrario.

FIN

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Hola aquí les comparto un cuento medio fresa que me llegó así como llegan las burbujas. Espero que les haya gustado. ¡Cuídense mucho! xo,

Feather Girl